Olvidado
Yo pude ver tus ojos:
se llamaban junio,
las láminas de la friolera,
una pupila generada por el amor.
Yo pude ser tus sueños
de cielorrasos estrellados,
caminando deshojado
Iba tu corazón por la vereda triste.
Usurpé tu guarida,
la cueva se hizo cúpula,
la silla hamaca tembló de lluvia,
mientras las baldosas esquivaban el ocaso.
Cría el alma, para darle cabida,
en tus manos se agolpaban los jazmines
sin ellas las palomas aletean,
un vínculo de migas asevera el letargo.
Cuenta la vuelta que fuimos uno,
de brujas nocturnas que paseaban en el altillo,
la puerta herrumbrada chirrió mi presencia
y el silencio se pobló de filosofía.
Cada uno de tus perros se acomodó en mi regazo,
el limonero guardián se reflejó en tu mirada,
el vaivén nervioso de los ruleros del tiempo
descompuso el nido que sembramos en la calle.
Dicen los astros que la luna se unió al hechizo,
porque sí se desarmaron las costuras,
el amor cosido al miedo,
las palmas de la cosecha,
el vino rojo del amanecer embriagado.
Había una vez un destino,
agolpado en el pulido estante de la repisa,
cuatro discordias despilfarraron las runas
aguamarina de la piel que se ha perdido
y los martillos acompasando el olvido.
Libre albedrío
Acéfalo corazón
a veinte pulgadas del suelo.
Charla, debate, escepticismo:
la certeza a vuelo de pluma,
una puñalada los talones de tus pasos,
insostenible mueca de comisuras caídas.
Inventariando la reseña:
Cláusulas manchadas de angustia,
una baraja de naipes,
la ironía de esperar tu contrapunto,
la quietud de una lágrima nocturna.
A diferencia del célebre Dios
no entendés mis arrebatos desobedientes,
la teoría del libre pecado,
lo innato de algunas manías
y lo adquirido que ha sido el amor.
Entre tantas insulsas neuronas
y el síndrome pueril de la melancolía
el tiempo se esfuma en las llagas
-menos mal no alcanzás a verme el alma-
Yo te esperaba, casi muerta,
mirando desde la conjuntiva de tus ojos:
es muy fácil adorar la pulcritud
mientras mi destino necesita un andamiaje.
Hasta aquí, sólo queda tu amenaza:
que es más fácil olvidarme que tenerme,
el grito estrepitoso de los que se adjudican la victoria
y tu manito temblando,
entre los casilleros de mi juego.
Rosario, 1978. Su obra es inédita. Ha publicado en revistas y lecturas del género.